lunes, 4 de abril de 2016

Miguel Ángel Vallejo. La muerte no tiene ojos. Lima: Altazor, 2016. 158 pp.





Miguel Ángel Vallejo. La muerte no tiene ojos. Lima: Altazor, 2016. 158 pp.

 

Para algunos, todas las historias literarias son “historias de amor” (sobre el tema del amor, volveremos al final). La novela de Miguel Ángel Vallejo (Lima, 1983) no escapa a esta premisa. Una novela sobre seres inmortales (uno en busca de su amada ausente). La primera conexión es sin duda, el cine. La versión de Drácula de Francis Ford Coppola (no la de Stoker) cobra vida en la novela, así como The Mummy de Stephen Sommers. Pero además, la visualidad, sobre todo en el mundo no occidental remite tanto a Indiana Jones como a The Matrix reloaded, sobre todo en la escena del capítulo 3, en la Sonqo se desvanece, así como Neo escapa tras los múltiples replicantes del agente Smith. Todo ello nos lleva a pensar que el autor recoge el imaginario popular del cine, las narrativas populares e incluso el cine de serie B. Si este fuese un film, bien podría incluirse en la monumental Mondo macabro de Pete Tombs, sobre el cine más extraño, bizarro y periférico.

Y es que la novela si bien intenta crear una atmósfera local –incluso con referencias a la obra de Arguedas-, hay pasajes en los que el uso de determinado verbo ( “follar”) termina por enrarecer y distanciar esa misma localidad, ya que la expresión proviene del mundo hispano y su uso en Lima es casi nulo para referirse a la cópula. Si bien el personaje libidinal hace un recuento de sus afectos, el tono se vuelve realista que hace perder la atmósfera inicial. En ella el lector no sabe muy bien a qué se enfrenta, pues luego descubrimos que se trata de un “serial-killer” muy especial: una momia de reminiscencia egipcia. Y es aquí cuando la novela nos lleva por una ruta más global: la figura de la momia, cuyo paradigma proviene de los años 30s, producto de los Estudios Universal, con figura ícono del terror como lo es Boris Karloff. Así, la presencia del danzante de tijeras es menor respecto del monstruo.

Regresemos al amor. En la novela, el amor no tiene sentido, su búsqueda no tiene el resultado esperado para el monstruo. Es más bien una fantasía de Mana Wañuq Quispe Tito (la momia). La indiferencia de su amada, hace que este opte por el suicidio. Nos parece una respuesta tópica (es decir, el rechazo se puede homologar al del joven Werther por su prima Carlota) funcional y predecible. Pero hay que añadir que la amada es dominante –las clases sociales a las que pertenecen no permiten la unidad sino lo contrario: la unión de los amantes es imposible incluso muchos siglos después. En ese sentido es un discurso bastante conservador –como toda la narrativa de terror, en la que la mujer es el agente del mal por excelencia, un ser negativo.

 
Ya César Pavese había escrito en “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, que la muerte es la vida y también la nada, pero si cambiáramos muerte por amor, la idea funciona aún: el amor es la vida y también la nada. Amor y muerte van unidos en un díptico inseparable. Pero es mejor mantener la fantasía del amor, pues –siguiendo a Žižek- cuando esta se hace realidad (el encuentro real con la amada), esta se torna una verdadera pesadilla.
 
 Elton Honores

Universidad Nacional Mayor de San Marcos