domingo, 28 de julio de 2013

El narrador José Güich por Selenco Vega


José Güich Rodríguez. Control terrestre. Lima: Altazor, 2013.


El narrador José Güich

Es casi un lugar común referirse a la narrativa peruana como fundamentalmente realista. Un breve repaso por los principales nombres y título publicados a fines del siglo XIX y durante todo el siglo XX, parecería comprobar de manera fehaciente tal afirmación. Nuestros dos escritores mayores, Vargas Llosa, figura indiscutible de nuestra narrativa urbana, y José María Arguedas, afincado con fervor en esa temática neoindigenista que supo llevar a extremos artísticos insospechados, fueron narradores realistas.

Sin embargo, una veta que se fue gestando paralelamente al desarrollo del realismo narrativo fue la literatura fantástica. Recordemos que por literatura fantástica se entiende aquel tipo de narrativa surgida a inicios del siglo XIX como uno de los aportes mayores del romanticismo, y que consiste en la irrupción de lo maravilloso, onírico y pavoroso dentro de la realidad cotidiana. De acuerdo con críticos como Ana María Barrenechea, fantástica es toda literatura en la que se produce un conflicto originado por la confrontación de la realidad que se considera “normal” con hechos que pertenecen a otro orden, dimensión o categoría.

En el Perú, el género fantástico logró sobrevivir al peso asfixiante de la narrativa realista gracias a la obra de precursores como Clemente Palma y Abraham Valdelomar, y fue continuado con mayor o menor asiduidad por escritores como Julio Ramón Ribeyro, Carlos Eduardo Zavaleta y Sebastián Salazar Bondy. Ello sí, durante todo el siglo XX fue una corriente literaria de segundo orden, a diferencia de lo que ocurría en países como Argentina, donde Jorge Luis Borges, Bioy Casares y Julio Cortázar la enaltecieron, universalizaron y lograron colocarla en un lugar de privilegio dentro de la rica tradición literaria platense.

Curiosamente, en los últimos años, o mejor dicho, desde la década anterior, la narrativa fantástica peruana ha conseguido prosperar y desarrollarse de una forma que hubiera sido impensable en otros tiempos y en otras circunstancias. El surgimiento de autores y de obras afincadas de lleno en lo fantástico, la edición de antologías como 17 cuentos fantásticos peruanos, la aparición de críticos especializados en esta narrativa como Elton Honores, así como la realización de eventos y coloquios dedicados enteramente a la narrativa fantástica, así parecen corroborarlo. Estos hechos, de ninguna manera aislados, le han dado a esta literatura una dimensión protagónica que en los últimos años no ha dejado de crecer y que, de mantenerse dentro de estos cauces, como todo hace vislumbrar, podría desembocar incluso en un próximo boom de la literatura fantástica en nuestro país.

Dentro de los autores más importantes de la narrativa fantástica peruana actual, José Güich Rodríguez (Lima, 1963) ocupa sin dudas un lugar de primera importancia. Desde su primer libro de cuentos, Año sabático (2000), hasta su novela más reciente, El misterio del barrio chino (2013), Guich ha logrado construir una sólida y creativa obra de ficción fantástica. En ella, personajes, espacios y acontecimientos, elaborados con eficiencia y destreza artísticas, han tomado lo mejor de la literatura fantástica y han sabido combinarse con aportes de otros géneros, como el policial, el horror gótico y la ciencia ficción. Control terrestre (Lima, Ediciones Altazor, 2013), su último volumen de relatos, amplía y profundiza los méritos innegables presentes en sus otros libros de cuentos y en sus novelas.

Son ocho los relatos que componen este último volumen. El primero, titulado precisamente como el libro, “Control terrestre”, es uno de los más ambiciosos del conjunto y fusiona lo mejor de la narrativa fantástica con el relato de ciencia ficción. Lo primero que podemos destacar de este cuento es que allí se plantea una visión crítica, aunque posible, de una sociedad del futuro. Es una Lima de setiembre de 2061, una urbe ganada por el avance tecnológico más sofisticado, pero donde subsisten los problemas cotidianos del hombre. Un sentimiento generalizado de soledad, fragilidad e incertidumbre frente a los enigmas de la existencia encarnan en su personaje principal, Velaochaga, un ingeniero encargado de realizar el control terrestre de una zona alterada por el desastre ecológico. Como telón de fondo, emulando novelas como 1984 de Orwell o Un mundo feliz, de Huxley, existe una suerte de Gran Hermano que controla la sociedad y la manipula gracias al poder que le confieren los avances tecnológicos. Frente a esta sociedad de “elegidos” de la que forma parte Velaochaga, aparece otro grupo humano, los “marginales” que orbitan como salvajes desposeídos cerca de las fronteras de esta Lima futurista solo en apariencia feliz y organizada.

El protagonista de “Control terrestre” resulta interesante y atractivo porque, desde nuestra lectura, es representativo del tipo de personaje presente en el universo narrativo de José Güich. Velaochoga, si bien participa en forma activa del mundo en el que le tocó vivir, ama e idealiza el pasado: su realidad le resulta insatisfactoria, pero él mismo es incapaz de huir de las taras de aquel sistema social que lo ha convertido en una pieza más del inmenso engranaje totalitario en el que vive. Velaochaga no llega a cuestionar ni a subvertir este orden donde un apartheid ya no racial, sino social, ha dotado a una minoría de todos los privilegios de la tecnología, frente a esa gran masa excluida conformada por los “marginales”. Su problema, sin embargo, radica en la profunda insatisfacción que siente. Es una suerte de excluido existencial, un lobo estepario del futuro, quien finalmente terminará por rebelarse. Eso sí, como en varios relatos de Güich, tal rebelión no será colectiva ni alteradora del sistema, sino individual. El descubrimiento de R-023, ese elemento fantástico, sobrenatural que solo él parece ver, se convertirá en el motivo de su alejamiento de la sociedad civilizada con la que nunca llega a congeniar. La renuncia a su trabajo y su viaje a los bosques australes es una especie de retorno de la ciudad al campo, un viejo tópico de la literatura que puede ser visto como una crítica a los logros de la civilización tecnológica. En “Control terrestre”, Velaochaga huye hacia la naturaleza para lograr la restauración de un mundo perdido que, en adelante, se convierte en su obsesión. Si bien él no puede cambiar su sociedad, al menos sublimará su deseo gracias a la reconstrucción de ese elemento fascinante y fantástico: R-023.

Un hecho digno de destacar en este relato es que lo fantástico adquiere un valor, un matiz singular que acaba siendo representativo de la narrativa de José Güich. Ocurre que en los cuentos fantásticos tradicionales, la irrupción de lo extraño fantástico suele producir miedo, incluso terror en quienes lo experimentan, y sus consecuencias a menudo son maléficas o por lo menos indeseables. En “Control terrestre” lo extraño fantástico tiene más bien un signo contrario: R-023 termina siendo un elemento benéfico para el protagonista, quien de esta forma logra escapar del mundo insatisfactorio en el que vive y logra darle así un sentido nuevo a su existencia.

Así como Velaochaga, muchos de los personajes de Güich son seres esencialmente inconformes con la sociedad en la que viven, o atraviesan una situación histórica de crisis o descontento que no pueden revertir. Tal es su fatalidad, la raíz de su insatisfacción: ellos saben, son conscientes del error o la injusticia que los envuelve, pero carecen de medios o de la capacidad para cambiar el rumbo de aquella situación generalizada y caótica. Lo interesante, como decíamos, es que gracias a la irrupción de lo fantástico, los personajes logran a menudo revertir y sublimar su situación: eso sí, lo hacen para sí mismos, apoyándose en una acción que, a su modo, también es trascendente y se convierte en un germen de esperanza. Ya citamos el caso de Velaochaga y el rescate que intenta de ese elemento fantástico, R-023, pero podemos citar también el caso de otro relato de gran factura, “Nocturno de Viena”. Allí, el personaje principal, un viejo e histórico músico retirado cuyo nombre solo conocemos al final, debe acudir a las afueras de Viena, en plena invasión napoleónica, para cumplir una misión que lo reconciliará con su viejo y ya fallecido amigo Mozart: su tarea consiste en dar con una suerte de portal que permite una conexión entre el caótico presente en el que vive y un futuro que se presagia venturoso.

En varios cuentos de Güich, se produce una interesante fusión de la vertiente fantástica con otros géneros, como por ejemplo el relato histórico, el policial y el género de horror gótico. Es lo que ocurre, principalmente, con dos relatos: uno tiene como protagonista a Alberto Teruel, padre de Pablo, el detective que transita a lo largo de la obra narrativa de José Güich. En “El sembrador”, ambientado en 1952, Alberto, un abogado ya retirado, recuerda un insólito episodio de su infancia, ocurrido en los años de la ocupación limeña por las tropas chilenas. Un viejo personaje, denominado “el sembrador”, realiza una serie de laboriosas investigaciones que tiene como objetivo salvaguardar al mundo de los riesgos de la tecnología y el abuso del medio ambiente. Con el transcurrir del relato, que va tomando visos de aventura policial, el perfil de este “sembrador” se complejiza cada vez más, hasta terminar relacionándose con una antigua secta militante que, por ciertas alusiones veladas, recuerda a la mitología presente en el universo lovecraftiano de Cthulhu.

El otro relato que, esta vez, tiene al propio Pablo Teruel como protagonista es “El archivo de N”. Se trata de un magnífico ejemplo de lo que se conoce como narración ucrónica: allí, a apartir de un texto inédito supuestamente atribuible a Ricardo Palma, se reformula, se presenta una visión alternativa de un episodio histórico real de nuestro país: el combate del 2 de mayo de 1866. Teruel, en el relato, descubre detalles sin duda asombrosos acerca de la participación del propio tradicionalista en esa gesta naval, así como de otro personaje de ficción que, para mantener vivo el interés de los lectores, no mencionaremos.
A propósito de Pablo Teruel, es interesante citarlo y detenernos un momento en él, porque, así como sucede con el Velaochaga de “Control terrestre”, encarna un tipo de personaje habitual dentro del universo narrativo de Guich. Teruel, periodista, anarquista, pensador racional y de gran capacidad deductiva, al mejor estilo de los héroes del género policial, posee además una cualidad innegable que lo acerca al universo de la narrativa fantástica: es un personaje que tiene la habilidad de toparse con seres, circunstancias y objetos insólitos, irreales o francamente maravillosos. El espacio por donde camina, sus congéneres, los eventos y hasta el decorado que envuelven la figura de Teruel, suelen ser de tipo realista e, incluso, se hallan vinculados con referencias históricas verificables. Teruel, sin embargo, representa ese personaje bisagra, esa suerte de médium racional, honrado y virtuoso que conecta, para los lectores, el universo realista que lo rodea con seres, objetos y situaciones fundamentalmente fantásticos. Es lo que ocurre con Teruel en El misterio de la loma amarilla, la primera novela de Güich, pero es lo que ocurre también en los dos relatos que forman parte de este volumen de cuentos, “Control terrestre”.

Ya explicamos que la narrativa fantástica, como sello distintivo y esencial, involucra la irrupción de lo sobrenatural dentro de una realidad cotidiana y asumida por nosotros como “normal”. A través de los ojos del protagonista, el lector de narrativa fantástica se sumerge lenta pero inexorablemente en una atmósfera que, para citar a Poe, otro gran maestro del género, debe resultar a un tiempo perturbadora e inolvidable. Estas características, enriquecidas por la presencia y el aporte de otros géneros como el policial, la narración histórica y el relato gótico, están presentes en Control terrestre de José Güich, un libro que resalta por la originalidad y limpidez de su propuesta literaria. Mención aparte merece el estilo decantado de su narración, más en la línea clásica de autores como Julio Ramón Ribeyro y Luis Loayza. Destaca también el empleo de una técnica que Güich ha depurado de artificios o inquietudes experimentales estériles. Ello hace posible la creación de una atmósfera sugerente que termina convirtiendo lo insólito e incluso lo macabro (como en el cuento “La boca del payaso”) en una experiencia de placer estético para los lectores.

Indudablemente, los cuentos de Control terrestre reúnen y profundizan lo mejor del universo narrativo de José Guich. Asimismo, constituyen una magnífica muestra de la calidad y madurez que, con los años, ha ido alcanzando la narrativa fantástica en nuestro país.

Selenco Vega